Madre Beatriz Aguirre Oros, OAR, priora de las Hermanas Agustinianas Recoletas en el Monasterio de Belvidere, Nueva Jersey, nació en la Ciudad de México en 1957. Durante su infancia, las familias solían estar muy unidas a sacerdotes y religiosas, creando un entorno propicio para el discernimiento vocacional. Los padres de Madre Beatriz regentaban un pequeño negocio de venta de elotes, abasteciendo frecuentemente a sacerdotes y comunidades religiosas. Fue en este contexto que la semilla de una posible vocación religiosa comenzó a germinar en su vida.
A los 15 años, las religiosas le sugirieron que asistiera a una convivencia vocacional. Fue entonces cuando comenzó su proceso de discernimiento, y como ella misma lo expresa, “descubrió un mundo nuevo”. En ese espacio, encontró un lugar donde la alegría, el servicio y el conocimiento de Dios se entrelazaban de manera profunda, lo que la llevó a tomar en serio el llamado que sentía en su corazón. A pesar de lo difícil que fue la separación de su familia y amigos, sobre todo al no poder verlos con la misma frecuencia, ingresar al convento y comenzar su vida religiosa se convirtió en un camino de crecimiento espiritual.
En 1975, a los 18 años, hizo sus primeros votos. Como ella misma menciona, “tus compañeras de vocación y compromiso espiritual se convierten en tus amigas más cercanas en este viaje de fe”. Tres años después, en 1978, profesa sus votos perpetuos en el Pedregal de San Ángel, México, confirmando su total entrega a Dios. En 1985, su vocación la lleva a Estados Unidos, donde continúa con su misión y compromiso. A lo largo de su vida religiosa, ha ocupado diversos roles dentro de la comunidad, hasta convertirse en priora del Monasterio de Belvidere. En esta posición, Madre Beatriz asume una responsabilidad fundamental tanto en la vida espiritual como en la organización del convento.
Como priora, Madre Beatriz juega un papel crucial en el acompañamiento de las nuevas novicias en su discernimiento y crecimiento espiritual. Además, se dedica con esmero a la restauración de obras de arte religioso, una tarea que le trae gran satisfacción, pues le permite devolverles vida a las imágenes sagradas que le son encargadas. Como ella misma lo expresa: “Aquí estoy para hacer tu voluntad, Señor”.
Para las nuevas generaciones que se acercan a la vida religiosa, Madre Beatriz aconseja: “Converse en oración íntima con Dios, abriendo su corazón a Él. Si el llamado es claro, síguelo con alegría y compromiso”. Para ella, la vocación religiosa no es solo una elección, sino un camino que requiere valentía y determinación. La alegría de servir a Dios y a la comunidad, así como la gratitud por cada paso dado en Su nombre, son las cosas que la han acompañado a lo largo de estos años.
A lo largo de sus 50 años de vida consagrada, Madre Beatriz nunca imaginó que su vocación la llevaría a vivir entre dos culturas: la de su México natal y la de Estados Unidos, un país que la acogió para continuar su misión. Esta experiencia le ha permitido vivir con gozo su vocación y servicio y una interiorización del amor de Dios que, ha moldeado su vida y su compromiso con la comunidad religiosa
By Adriana Guillen, Correspondent
Hermana Dulce María Garcia Paz, OAR 50 Años
La Hermana Dulce María, nacida como María Soledad García Paz el 6 de abril de 1958 en el Estado de México, es la menor de cuatro hijas de José Guadalupe y Marciana Garcia. Desde temprana edad, su vida estuvo influenciada por la fe y la espiritualidad que impregnaban su hogar. Su padre, José Guadalupe, Franciscano Terciario, mantenía un vínculo cercano con diversas órdenes religiosas, entre ellas las Agustinas Recoletas, lo que facilitó un ambiente propicio para el discernimiento vocacional.
En esa época, las vocaciones religiosas en México se promovían a través de misiones y visitas de sacerdotes y religiosas a las comunidades. Fue en una de estas visitas cuando María Soledad, con tan solo 10 años, expresó su deseo de unirse a las Agustinas Recoletas Contemplativas. Su familia, sorprendida por su decisión, pronto reconoció en ella un llamado genuino hacia una vida de oración, contemplación y servicio.
Durante los veranos, con la autorización de sus padres, asistía a convivencias vocacionales en el convento de Nuestra Señora de la Consolación, en San Francisco Tepojaco, Cuautitlán Izcalli. Allí compartía con las religiosas, recibía formación y colaboraba en las actividades comunitarias. Entre los 10 y los 15 años, confirmó su compromiso con el Señor y, para evitar distracciones propias de las tradiciones juveniles, decidió ingresar al convento antes de cumplir los 15 años, dedicando su vida al amor de Dios.
El 6 de abril de 1972, presentó formalmente su solicitud para ingresar a la orden. Un año después, en su 15.º cumpleaños, comenzó el noviciado con un corazón dispuesto a seguir los caminos de oración y servicio que enseñaba San Agustín de Hipona. En 1979, hizo sus votos perpetuos, consagrando su vida por completo a Dios. A lo largo de los años, continuó su formación académica y espiritual, profundizando en su vocación de silencio y recogimiento.
En 1985, la Hermana Dulce María fue enviada a los Estados Unidos, donde se estableció en el convento de West Orange para continuar su misión. Allí, se dedicó tanto a las tareas comunitarias como a su crecimiento espiritual. Su trabajo incluyó desde la elaboración de dulces y productos horneados para la venta, hasta labores administrativas y de proveeduría del monasterio. En el año 2000, celebró sus bodas de plata en el convento de la Inmaculada Concepción en Irving. Desde 2012, reside en el Monasterio en Belvidere, donde tiene la responsabilidad de la administración y provisión general del Monaterio hasta la creación de deliciosos dulces y pan fresco para ofrecer a la comunidad, todo ello acompañado de una vida de oración constante y contemplación profunda.
Reflexionando sobre sus 50 años de vida consagrada, la Hermana Dulce María encuentra inspiración en las palabras de San Agustín: “Nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti.” Anima a aquellos que están discerniendo una vocación religiosa, compartiendo su propio camino: “Pon todo tu corazón en esta decisión; llenará tu vida de gozo.”